El cuento de la calaverita rosa del panteón

En el panteón había una pequeña niñita que siempre traía una sudadera rosa para abrigarse del frio. Todos sus amigos la conocían como la Calaverita rosa.

Calaverita vivía en una tumba cerca dentro del panteón. Un día, la mamá de  Calaverita le dijo:

– Hija, tu calabuelita está en cama enferma. Prepare unas tortas y un cántaro de miel, por favor llévaselos. ¡Ya verás qué contenta se pone!

– ¡Si mamá! Yo también tengo muchas ganas de ir a visitarla – dijo Calaverita saltando de alegría.

Cuando Calaverita se disponía  a salir de casa, su mamá, con gesto un poco serio, le hizo una advertencia:

– Ten mucho cuidado mi amor, no hables con extraños. Sabes que en el panteón sale el zorro y es muy peligroso. Si te sale el zorro, sigue caminando sin detenerte.

– No te preocupes, mamá – dijo la niñita- Tendré en cuenta todo lo que me dices.

– Está bien – contestó la mamá, confiada – Dame un besito y no tardes en regresar.

– Así lo haré, mamá – afirmó de nuevo Calaverita diciendo adiós con su manita mientras se alejaba.

Cuando andaba por el panteón, la pequeña comenzó a distraerse contemplando los pajaritos y recogiendo flores. No se dio cuenta de que alguien la observaba detrás de un viejo y frondoso árbol. De repente, oyó una voz dulce y zalamera.

– ¿A dónde vas, Calaverita?

La niñita, dando un respingo, se giró y vio que quien le hablaba era un enorme zorro.

– Voy a casa de mi calabuelita que está enferma y vive al otro lado del panteón. Por eso le llevo unas tortas de jamón y un tarro de miel para que se ponga contenta.

– ¡Oh, eso es estupendo! – Dijo el astuto zorro – Yo también vivo por allí. Te echo una carrera a ver quién llega antes. Cada uno iremos por un camino diferente ¿te parece bien?

La inocente niñita pensó que era una idea divertida y asintió con la cabeza. No sabía que el zorro había elegido el camino más corto para llegar primero a su destino. Cuando el animal  llegó a casa de la calabuela, llamó a la puerta.

– ¿Quién es? – dijo la mujer.

– Soy yo, calabuelita, tu querida nieta Calaverita. Ábreme la puerta – dijo el zorro imitando la voz de la niñita.

– Pasa, querida mía. La puerta está abierta – contestó la calabuela.

El maloso zorro entró en la casa y sin pensárselo dos veces, saltó sobre la cama y se comió a la anciana. Después, se puso su camisón y su gorrito de dormir y se metió entre las sábanas esperando a que llegara la niñita. Al rato, se oyeron unos golpes.

– ¿Quién llama? – dijo el zorro forzando la voz como si fuera la calabuelita.

– Soy yo, Calaverita. Vengo a hacerte una visita y a traerte unos ricos dulces para merendar.

– Pasa, querida, estoy deseando abrazarte – dijo el zorro maloso relamiéndose.

La habitación estaba en penumbra. Cuando se acercó a la cama, a Calaverita le pareció que su calabuela estaba muy cambiada. Extrañada, le dijo:

– Calabuelita ¡qué ojos tan grandes tienes!

– Son para verte mejor, preciosa mía – contestó el zorro, suavizando la voz.

– Calabuelita ¡qué orejas tan grandes tienes!

– Son para oírte mejor, querida.

– Pero… calabuelita ¡qué boca tan grande tienes!

– ¡Es para comerte mejor! – dijo el zorro dando un enorme salto y comiéndose a la niñita de un bocado.

Con la barriga llena después de tanta comida, al zorro le entró sueño. Salió de la casa, se tumbó en el jardín y cayó profundamente dormido. El fuerte sonido de sus ronquidos llamó la atención de un leñador que pasaba por allí. El hombre se acercó y vio que el animal tenía la panza muy hinchada, demasiado para ser un zorro. Sospechando que pasaba algo extraño, cogió un cuchillo y le rajó la tripa ¡Se llevó una gran sorpresa cuando vio que de ella salieron sanas y salvas la calabuela y la niñita!

Luego de liberarlas, el leñador cosió con 13 puntadas la pansa del zorro y luego lo despertaron. Cuando por fin abrió los ojos, vio que los tres le rodeaban y escuchó la profunda y amenazante voz del leñador que le gritaba enfurecido:

– ¡Lárgate, zorro maloso! ¡No te queremos en este panteón! ¡Como vuelva a verte por aquí, no volverás a contarlo!

El zorro, aterrado, puso pies en polvorosa y salió despavorido.

Calaverita y su calabuelita, con lágrimas cayendo sobre sus mejillas, se abrazaron. La niñita había aprendido una importante lección: nunca más desobedecer a su madre y no confiar en extraños.

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