Los fantasmas que provocaron una tragedia

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Tres horas después de la emisión de septiembre de Zona Negra en Radio Valle Viejo, conversé con Gonzalo Aragón, que llegó a la emisora para cumplir su tarea de productor en el programa Catamarca Rural, de Carlos Arauz. Me reconoció que por primera vez tuvo la posibilidad de escuchar ZN, aunque tenía varias referencias, y le gustó la propuesta. Después, sin más trámite, me narró una historia familiar que me sorprendió muchísimo. El suceso ocurrió en la localidad llamada Lomitas, de la provincia de Formosa, y fue protagonizado por su abuela.

Por razones laborales, su marido llegó a este lugar con la necesidad de conseguir una vivienda, y encontraron casi una mansión enclavada al medio de un terreno que tenía las dimensiones de una manzana, increíblemente a un precio muy económico.

Instalados en esa casa, el hombre debía desempeñar su trabajo en horarios de trasnoche, y su mujer (la abuela materna de Gonzalo) era quien quedaba sola, al cuidado de su hijito de un año de vida. Contrataron los servicios de una mujer para que la ayudara en las tareas, pero nunca lograron que se quedara por las noches. La empleada trataba siempre de terminar con sus ocupaciones antes de que cayera la noche, y se marchaba.

No pasó mucho tiempo hasta que, sola en las madrugadas, la abuela de Gonzalo comenzó a escuchar ruidos extraños, provenientes de un altillo que estaba sobre la habitación que ella ocupaba. Había una presencia… podía distinguir que se trataban de pasos, pero ella quiso atribuirlo a una rata, u otro animal, y le restó importancia.

Al día siguiente subió a conocer ese altillo para revisar lo que allí había, y se encontró con varias pertenencias de la familia que antes habitaba la casona. Pero algo le llamó la atención: vio pisadas humanas marcadas en el piso, y que continuaban por las paredes. Pensó que podía tratarse de una broma de mal gusto realizada por los anteriores moradores, y le restó importancia. Pero aquello recién comenzaba.

Algunas noches después, escuchó que del mismo lugar provenían los típicos ruidos que se producen cuando alguien arrastra algo de mucho peso, como si corrieran un mueble de un lado a otro. La señora decidió dejar todo para el otro día, cuando llegara el amanecer, y entonces subió al altillo. Encontró que un baúl muy antiguo había sido movido del lugar adonde lo había visto antes, pero más sorprendida quedó al intentar empujarlo, porque el peso que tenía hubiera requerido del esfuerzo de, al menos, cuatro personas. Y lo habían desplazado de una punta a la otra del cuarto.

Ahora sí, preocupada, creyó que era el momento de consultar a alguien, y la persona indicada era su empleada, por pertenecer al pueblo y por haber vivido allí toda su vida. La respuesta que obtuvo fue: “mirá Chichí, te voy a ser sincera… esta casa no está bien parida”. Y le contó la historia que estaba escondida en esa mansión.

Allí vivía una familia adinerada, integrada por un matrimonio y sus dos hijos que se habían recibido de médicos. Una vez, los hermanos estaban en plena discusión sobre a quién le correspondía heredar determinadas tierras. Uno de ellos estaba subido a un caballo, y el que estaba de pie, en un momento de furia golpeó al animal en sus ancas. Asustado, el animal salió corriendo sin control, haciendo que el jinete golpee contra un árbol y caiga herido de muerte. Su hermano sólo necesitó verlo para saber que había muerto en el acto, y que no valía la pena siquiera intentar ejercicios de reanimación. Aturdido por la tragedia, entró a la casa, buscó una escopeta, y se pegó un tiro. La madre de ambos, testigo de lo que pasaba, murió automáticamente de un infarto.

La abuela de Gonzalo se había enterado de que, allí donde ahora habitaba con su marido, habían sucedido tres muertes, en menos de diez minutos. Y esa noche debía llegar su madre (bis abuela de Gonzalo) desde Catamarca, porque iba a visitarla para conocer cómo era la vida que llevaban desde hacía poco tiempo en Formosa. Chichí prefirió no comentar nada de lo que se había enterado, para no preocupar a su madre. Pero esa misma noche volvió a pasar. Esta vez no provino del altillo, sino de una habitación contigua al dormitorio, donde había un piano. Alguien estaba tocando el piano. Pero en la casa sólo estaban las dos mujeres.

Esta vez aterrorizada, Chichí alzó a su pequeño hijo y corrió a la vereda, que estaba a unos cincuenta metros de la mansión. No supo si era ella que estaba volviéndose loca, imaginando cosas, o si realmente pasaban, pero no quiso regresar nunca más al lugar. Después de esta estremecedora situación, la abuela de Gonzalo regresó a Catamarca, y su abuelo permaneció por un tiempo trabajando allí y habitando esa vieja casona, sin vivir ningún hecho sobrenatural, pero sin quedarse jamás a dormir de noche.