La virtud más valiosa para los humanos

Un día hablaban tres hombres sobre cuál es la virtud más valiosa. Cada uno de ellos daba una opinión diferente y como los tres nunca se pusieron de acuerdo, optaron por consultarle a un anciano que los estaba escuchando en silencio. El anciano les contó esta historia:

Después de que Dios creara el Día, La Noche, los Cielos, la Tierra y los Animales; se llegó el día en que tenía que crear al Hombre. Cuando los ángeles se enteraron, se atemorizaron mucho. Entonces fueron a donde Dios para manifestarle sus inquietudes.

El primero en hablar fue el Ángel de la Justicia, que dijo:

– Señor, no vayas a crear al hombre. No lo hagas, por el hecho de que va a ser la criatura más injusta de todos y cada uno de los seres vivientes. Va a echar sin piedad a la viuda y a huérfano de su casa. Engañará a su hermano para quitarle sus tierras. Para acrecentar su riqueza despojará a los más necesitados de lo poco que tienen. Te lo ruego Señor, no vayas a crear al hombre.

Después habló el Ángel de la Paz:

– Señor, no crees al hombre, esa criatura no va a escuchar hablar de amor ni de fraternidad. Más bien sembrará el odio y la discordia. Ya veo a padres y a hijos pelearse por dinero. Ya veo a los esposos destruir la armonía de su hogar discutiendo por cualquier cosa. No hagas a esa criatura que terminará con la paz del mundo.

Enseguida tomó la palabra el Ángel de la Verdad:

-Señor, mis hermanos no se equivocan. No crees al hombre. Va a ser, sobre todo, un mentiroso. Engañará en casa de Dios, de la familia, en el tribunal de la justicia. Engañará siempre y en toda circunstancia y en todas partes.

Luego se formó un largo silencio; le llegó el turno al Ángel de la Misericordia. Este se acercó a Dios y le exclamó:

– Señor, solo hablo a favor del hombre. Escúchame, te lo suplico. No tengas miedo de crear al hombre. Yo le sostendré y voy a estar en todo momento a su lado. Si la pasión y la carne le arrastran al mal, yo lo guiaré siempre por el camino correcto, haciéndole regresar a Ti.

Dios sonrió al Ángel predilecto y le hizo caso. Aquel día creó al hombre. Y el Ángel de la Misericordia, desde entonces ha mantenido su palabra; siempre ha estado cerca de esa criatura llena de debilidades; y desde el día de su nacimiento hasta la hora de su muerte, lo guarda y lo guía en su duro viaje por la vida.