Cuento de las siete calaveritas y el lobato malvado

En el cementerio vivía una mamá calavera que tenía siete hijos calaveritas. Se preocupaba por sus calaveritas y como no quería que les pasase nada malo. Cuando salía por comida les decía que tuvieran mucho cuidado y no abrieran la puerta a ningún extraño.

– No confíen en nadie. En especial del lobato que es muy astuto y capaz que se disfraza para engañarlos. Si escuchan una la voz ronca y su pelaje es negro, de seguro será el lobato.

– ¡Si mamá, dijeron las calaveritas, tendremos cuidado!

Cuando mamá calavera salió de casa, apareció el lobato y toco la puerta

– ¿Quién toca?, preguntaron las calaveritas…

– Abran la puerta, hijitos, soy su mamita.

Las calaveritas recordaron que su madre les dijo que tuvieran cuidado y no se confiaran.

– Tú no eres nuestra madre. Nuestra mamá tiene la voz muy suave y hermosa, pero tú tienes una voz muy ronca, lo que dices es puro cuento.

El lobato se marchó enojado porque lo descubrieron. Fue a una tienda donde compró miel de abeja para suavizar su voz. Volvió de nuevo a la casa de las siete calaveritas para intentarlo de nuevo.

– ¿Quién es?, preguntaron las calaveritas…

– Soy yo, su mamita adorada.

Esta vez la voz sonaba muy suave, así que las calaveritas dudaron. Entonces, vieron por el ventanal que su pata era negra como el carbón y se dieron cuenta de que era maloso del lobato.

– ¡Tú no eres nuestra madre, eres el malvado lobato! Nuestra madre tiene las patas blancas.

El lobato volvió a marcharse malhumorado pensando en un nuevo plan para engañarlas. Fue al molino y pidió que le pintaran la pata con harina blanca para tortillas.

De modo que el lobato volvió a tocar en la puerta de las calaveritas.

– ¿Quién es?, preguntaron las calaveritas…

– Soy yo, su mamá.

– Muestra tu patita blanca para que podamos verla

Las calaveritas, al ver que su patita era blanca como la nieve, creyeron que era su mamá y abrieron la puerta. Cuando vieron que era el lobato, corrieron asustadas para esconderse en los lugares dentro de la casa.

Uno se metió debajo de la cama, otro en el horno, otro en la cocina, otro en el armario, otro en el fregadero y el más pequeño en la caja del reloj. El lobato los fue encontrando y se los comió de uno en uno, excepto al más pequeño, al que no pudo encontrar.

Estaba tan panzón de comer que se fue a dormir debajo de un árbol.

Cuando llegó mamá calavera se llevó un gran susto porque vio, encontró la casa tirada patas arriba y no veía a sus hijos. Entonces la calaverita más pequeña salió de la caja del reloj y le contó lo que había ocurrido.

La mamá calavera agarró unas tijeras, aguja e hilo y fue en busca del malvado lobato. Cuando lo encontraron tomo las tijeras y le abrió la panza al malvado lobato para que salieran las seis calaveritas vivas.

Todos estaban contentos de que mamá los salvara, pero la madre quiso darle una sopa de su propio chocolate al lobato. Les ordenó a las calaveritas que fueran a por piedras para llenarle la panza al malvado lobato.

Cuando el lobato se despertó, tenía sed y fue al río para beber agua, pero el peso de las piedras hizo que se hundiera. Las calaveritas brincaban de alegría porque volvían a estar juntas con su madre.