El conejo y la liebre eran dos amigos inseparables que solían pasar juntos sus días en el bosque. El conejo era muy alegre y juguetón, mientras que la liebre era más tranquila y reflexiva.
Un día, el conejo propuso a la liebre una carrera para ver quién era el más rápido. La liebre, que era un poco tímida, no estaba muy segura de que esa fuera una buena idea. Sin embargo, el conejo estaba tan entusiasmado con la propuesta que no le dio tiempo a responder y salió corriendo.
La liebre, al principio, se quedó un poco sorprendida, pero al ver que el conejo se alejaba cada vez más, decidió correr tras él. Aunque el conejo era mucho más rápido que la liebre, la liebre tenía una ventaja: era más resistente. Así, poco a poco fue acortando la distancia que los separaba.
Cuando el conejo ya podía ver el final de la carrera muy cerca, la liebre se dio cuenta de que podía alcanzarlo. Así que, con todas sus fuerzas, se lanzó hacia delante y cruzó la línea de meta una fracción de segundo antes que el conejo.
Los dos amigos se abrazaron, y el conejo reconoció su derrota con una gran sonrisa. Después de eso, se prometieron que no dejarían de ser amigos, y que se verían siempre para divertirse juntos.
La gran carrera con la tortuga
La tortuga miraba desde lejos la carrera y, al ver la gran amistad que había entre el conejo y la liebre, se alegró mucho. Nunca antes había visto a dos amigos tan unidos. Se subió en una motocicleta y comenzó a seguirlos, y desde entonces los tres son inseparables.
Los tres amigos organizaron una nueva carrera para ver quién llegaba primero al final del bosque. El conejo salió corriendo primero, seguido de cerca por la liebre, y la tortuga se quedó un poco atrás.
Pero al llegar al final, los tres amigos estaban juntos. Habían llegado al mismo tiempo. Los tres habían ganado, porque, al final, lo que realmente importaba era su gran amistad.