En su pupitre daba la clase aquel maestro enojón,
que todos los días gritaba en el fondo del salón.
—¡A ver, niño travieso, vaya a su lugar!
Si no se sienta ahorita, lo voy a reportar.
Pero la calaca, que siempre estaba pendiente,
se acercó con mucho sigilo,
paró la oreja y el diente para agarrar el hilo.
—A ver, mi profe enojón, ya me lo ando llevando,
lo llevo por enojón y por andar gritando.
Desde aquel día, el profe ya no grita en el salón,
se lo llevó la huesuda por panzón y por gritón.